Edelweiss’s Voice

El sonido de mis letras

Publicar un obituario

Los obituarios son tan inútiles como los ramos de flores. Como ven, no tengo ningún tipo de romanticismo, ni de un lado ni del otro.  

Hay varias cosas que me llevan a esta afirmación, pero también hay varias otras, que debo explicar. Los obituarios ni me van ni me vienen, naturalmente, como otros elementos de protocolo social (así como me choca que me canten cumpleaños, los vestidos de novia y el feliz año el 25 de enero), de los gestos de simpatía a juro que la gente cumple exclusivamente por quedar bien, por lo posado. Esa es una visión muy personal, claro. 

Luego viene la perspectiva institucional, corporativa de mi trabajo que nada tiene que ver con la personal, como por ejemplo, lo lógico que es, de acuerdo con las mismas normas sociales que igualmente, hacen que todo el mundo quede bien, que una universidad le publique obituarios a las personas públicas que fallecen, personajes vinculados de algún modo con la institución o familiares de sus empleados (Por supuesto los cercanos, pero me ha tocado hacer obituarios hasta de primos). Una forma de hacerse presente, de manifestar públicamente el lamento de la desaparición, pero que al fin y al cabo no deja de ser otro requisito social que debe ser cumplido, porque sino, te rayas, eres el peor, vade retro satanás.  

Lo cierto es que el pésame sale a la luz pública, el doliente lo ve y pensará “ay, fulanito si es bueno, vale”, y después, adiós luz que te apagaste, porque no creo que nadie guarde y esté echándole ojo a un obituario viejo que le recuerde un mal momento, de paso. Y claro, yo entiendo perfectamente en el trabajo, que las relaciones públicas lo ameritan, y también la solidaridad con los compañeros en casos terribles como este.

Ahora, mi punto en este momento es lo extremadamente complicado que resulta mandar a publicar un obituario en un periódico como El Impulso de Barquisimeto o El Nacional, por ejemplo. Y lo voy a relatar, describiendo paso a paso un caso de esta semana para que ustedes ilustren como transcurre un día en mi oficina cuando alguien se muere. 

Como se trata de un obituario institucional, o sea, no es un individuo que tenga más de tres millones en su tarjeta de crédito –porque vaya que son carísimos- que pueda echar un tarjetazo, cueste lo que cueste, lo normal es que El Nacional envíe un presupuesto para nosotros decidir el tamaño. Posteriormente, se manda al mensajero a hacer un depósito, cuyo vaoucher debe ser enviado al periódico por fax para que entonces, ellos “hagan el favor” de publicar el obituario. Suena fácil, no? Pues no lo es, y no es lo único, además. 

La concepción del obituario: Se hace un texto, que dependiendo del difunto, será más o menos emotivo, más o menos institucional, con o sin foto, que será corregido por el rector. Una vez aprobado y/o modificado se envía a algún diseñador de la universidad, que monta un arte necesario para diferenciarlo de los obituarios predeterminados que tienen, sobre todo en los periódicos yaracuyanos, y que lleve el sellito institucional, pues. Ajá, pero aunque hay varios, lo del diseñador no es tan fácil. Muchos de ellos dan clases, así que lo más seguro es que siempre estén ocupados. Lo otro, como no estamos en el mismo edificio, muchas veces no tienen Internet para recibir la información, entonces hay que mandar un pen drive con alguien que vaya por el camino. Ese es un rollito, que cada vez es más fácil de controlar, pero es tiempo que se pierde.  

En este ejemplo, el diseñador envía el arte con un par de errores, que obviamente hay que corregir, no es grave, pero se va un tiempito en eso. Mientras, por otro lado comprobamos que el cheque está listo, pero falta la firma de una autoridad, el mensajero está a punto de irse a hacer las diligencias bancarias, y ese cheque TIENE que depositarse en la mañana para que se pueda publicar el obituario. Aguantamos al mensajero hasta tener la firma. 

Cuando no tenemos crédito con el periódico, como ocurre con El Nacional, donde publicamos frecuentemente, el proceso de pago es lo peor que le pueda pasar a alguien. Es mejor tener dengue. Y no entiendo por qué no terminan de dar crédito si todo el tiempo publicamos, no son avisos nada baratos, y se trata de una institución seria. 

El trance empieza cuando llamas al periódico para solicitar el presupuesto, pues para emitir el pago, necesitamos tal cosa por escrito firmado y sellado. Cuando ya sabemos cuánto cuesta, se manda a procesar el cheque siguiendo los canales: presupuesto-administración-firma autorizada- mensajero – banco, para luego tener el voucher que vamos a enviar por fax,  y la osadía de solicitar la publicación.  Suena largo, pero fácil. ¿Y qué ocurre? 

Que en El Nacional, siempre, siempre, se equivocan en algo y mandan el presupuesto con algún error, y se dan cuenta cuando ya tenemos todo hecho. Entonces cuando crees que ya está listo, la niña que te pasa el presupuesto dice “el depósito está incompleto, faltan 15 céntimos y sin la cantidad exacta no podemos publicar”. ¿15 céntimos? Pero si tu me diste una cantidad redonda (fucking redondeo). “Ay sí, pero me equivoqué jejeje”. Ay es donde Leo dice «ñuuuuuuesumadre!» Y son las 5 de la tarde ya, o sea la hora de irse. Entonces ¿qué quieres niña? “Que me depositen los 15 céntimos”. Ahí empieza una discusión trancada entre las administradoras y las empeladas de El Nacional, que nunca dicen que si y nunca entienden nada. Se va la tarde en eso, y afirmo por todos los difuntos que hemos publicado en la universidad, que el día que hay que poner un obituario en El Nacional no da tiempo de hacer ABSOLUTAMENTE más nada por la torpeza de sus departamentos de avisos, facturación y cobranza.  

Pocas veces se llega a un acuerdo, siempre hay un rollo que continúa al momento de enviar la factura y los comprobantes de retención (sueno a contador público, no?). Con El Impulso pasa que nosotros les enviamos las retenciones una vez que ellos envían la factura para saber cuánto es el total y cuánto hay que descontar. Pero ellos envían la factura, una vez que se envían las retenciones. Entonces, no hay manera de que se pongan de acuerdo y hagan una especie de pacto o algo así. Siempre, luego de unas 2 horas, se llega a algo entre administración y el periódico, pero yo no puedo desligarme jamás, por ser la intermediaria, y la que mandó a hacer la cosa, pues. 

Superado el trance, envío las retenciones por fax, a una hora en la que obviamente todo el mundo se ha ido para Barquisimeto, o sea, nadie me espera porque ni que se muera Chávez, alguien espera a que uno termine de lidiar con un obituario. Cuando, finalmente me rescató una de mis compañeras en el camino, me llaman de El Nacional para decirme que ellos no tenían tinta en su fax, y las retenciones les llegaron en blanco, que si se las puedo volver a mandar. %$””#%&/(##” recontra “#$&(¿=?”!%.  Muéranse pa’ sacarles un obituario.  

Ahí, bueno, llamé a alguien de administración de la universidad para que me hiciera el favor de enviarlo de nuevo porque ni modo que yo cargue un fax en la carretera, y ella tuvo que enviarlo 3 veces más. Insólito no? 

Eso es un día X, un día cualquiera. Ni hablar cuando esto ocurre un sábado, mandas el arte por correo y ellos dicen que nunca les llega, y te resignas a que vas a pasar el sábado, el domingo, o el día feriado entero, tratando de publicar el obituario.  

Esta situación ha generado una involuntaria insensibilidad en mi, al punto de que cuando alguien se muere, en ocasiones no pienso “ay qué chimbo”, o “pobrecito”, o lo normal, sino “obituario, obituario, obituario”, más aún cuando es alguien conocido y la cosa es El Nacional, y me retumba “obituario en El Nacional”. 

Es tanto así, que yo siempre fui fanática de Heath Ledger, me encantaron casi todos sus personajes, y el día que murió, Marie me mandó un mensaje que decía “murió Heath Ledger”, y mi piloto automático, antes de exclamar algo, me hizo pensar: “¿hay que publicarle obituario?”

enero 25, 2008 Posted by | Crónicas Amotinating, Gajes del oficio | , , | 12 comentarios